Vagando por las calles el hambre se sentó a comer conmigo,
unos cuantos días sin vida, otros nueve
sin saber del mar y su amarga/dulce orilla.
Búsquenme entre los muertos si creen que estoy perdido,
tal vez encuentren rastro de mis versos
o la eternidad de un silencio gritándole al hueco de mi pecho.
Desde el campo azul he vigilado el fértil cielo,
para evitar hundirme en el lodo del infierno;
así llegar al asfalto, ahí donde los dioses no fueron.
Pongo en manifiesto que me he convertido en mendigo
para aprender de las calles y hacerme inmune a
la hipocresía
el frío sin cobija,
las mentiras.
No es casualidad que a algunos el asma no perdone nuestra prisa,
por correr y sofocarnos con el tiempo que violenta con los años.
Extraño las mañanas de flor en flor; me daban aliento
para agradecer sin dificultad el seguir aquí (si es que despierto).
Ahora que hasta el hambre me ha perdido,
me he quedado sin compañía para llorar lo que alguna vez aprendí,
escribo, con tinta que los ciegos me han dado
para enseñarles lo que el mundo no quiere que vean.
Cada cicatriz que abro es una letra que pongo en condena,
y ¿Quién las paga?…
Si eso fueran monedas creo soy el más afortunado
porque pago, pago y seguiré pagando
una deuda, por cada mendigo con heridas de tierra.